A veces los motivos para ser padre son poco generosos y están muy mal planteados.
Hijo-cola de pegar: Cuando la pareja no va bien piensan que un hijo puede ser la solución a la falta de amor o de ilusión y que este será el punto de unión de ambos.
Hijo-tapón: Se tienen para cubrir vacíos en la propia vida. Una vida llena de agujeros que no se sabe cómo llenar. Entonces se ve al hijo como forma de evitar enfrentarse con “el sin sentido”.
Hijo-posesión: El hijo como un bien más. Algo para exhibir con orgullo para compensar nuestras carencias o nuestra superficialidad. Fromm nos habla de la posesividad maligna que consiste en exhibir a los hijos ante los demás como si fuesen pequeños payasos. Los adultos pueden comportarse de forma humillante para los niños, perjudicar la confianza en si mismos y disminuir su dignidad y su libertad.
Hijo-tren: El tren que se escapa. Nos hacemos mayores y pensamos que “toca tener un hijo”, que es lo que se espera de nosotros.
Hijo-cuidador futuro: Una especie de seguro para que, de mayores, alguien nos cuide o ampare.
Hijo-inmortalidad: Para que algo quede de nosotros, para preservar nuestro patrimonio genético, para no morir del todo.
Lo peor de todo es que, una vez “tenidos”, los hijos puedan ser vividos como una molestia, como algo ajeno que ha venido a complicar una existencia individual o de pareja que antes era más fluida o cómoda. Los adultos inmaduros y egoístas pueden sentir que su pareja ya no les dedica tanto tiempo y ver a los hijos como competidores en la lucha por el tiempo, dedicación, atención, interés y amor del otro. De repente, el hijo se convierte en un intruso que causa más problemas que las demás posesiones. Aquí puede iniciarse una especie de batalla que va a causar sufrimiento y destrozos en la dinámica familiar, pero muy especialmente a este ser que ha nacido sin ser preguntado y por motivos equivocados. Tener hijos puede, en muchos casos, ser un acto de pura inconsciencia y egoísmo.
Por: Fundación Àmbit Ecologia Emocional