En la República Dominicana, la política ha dejado de ser un ejercicio de principios y compromiso con el bien común. En su lugar, ha emergido una dinámica marcada por el transfuguismo, el caudillismo y la incoherencia ideológica. Este fenómeno, que podríamos denominar “pornocracia”, representa una desnudez institucional donde los intereses personales se exhiben sin pudor, y el Estado queda relegado a un papel decorativo.
Transfuguismo: la danza de los partidos
Cada ciclo electoral revela un desfile de dirigentes que cambian de partido como quien cambia de camisa. Lo hacen sin explicar sus razones, sin asumir responsabilidades, y sin respeto por los votantes que alguna vez confiaron en sus palabras. Esta práctica erosiona la credibilidad del sistema democrático y convierte la política en un mercado de conveniencias.
Caudillismo: líderes sin legado
Los partidos giran en torno a figuras que se imponen por carisma o poder económico, no por ideas. Estos caudillos concentran decisiones, reparten candidaturas y definen el rumbo del país según sus intereses. Mientras tanto, las bases militantes quienes sostienen las estructuras partidarias son ignoradas, invisibilizadas y desmotivadas.
Militancia sin reconocimiento
Los verdaderos constructores de los partidos, los que trabajan en barrios, campos y comunidades, rara vez reciben el reconocimiento que merecen. Sus esfuerzos son utilizados en campaña, pero olvidados en el poder. Esta falta de valoración debilita la participación política genuina y perpetúa el clientelismo.
Políticas de Estado ausentes
En lugar de construir políticas públicas que fortalezcan la ciudadanía, los gobiernos se enfocan en proyectos de corto plazo, muchas veces con fines electorales. La educación cívica, el fortalecimiento institucional y el legado de próceres como Juan Pablo Duarte son relegados a discursos vacíos.
Conclusión
La pornocracia dominicana no es solo una crítica mordaz: es una alerta. Si no se recupera la ética política, el compromiso con el pueblo y la coherencia ideológica, el país seguirá atrapado en un ciclo de simulación democrática. Es hora de que la ciudadanía exija más que promesas: que reclame principios, coherencia y respeto por la patria.

Carlos De León
Especialista en Psicología Educativa y Neuroeducación, con sólida formación en Teología, Criminología y Criminalística. Cuenta con una Maestría en Psicología Criminal y Psicología Penitenciaria. Su trayectoria combina el análisis del comportamiento humano con una profunda vocación por la cultura, el derecho y las relaciones humanas basadas en el respeto y la empatía.
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