Dicen que la historia no se repite, pero rima. Y vaya que Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca con una métrica reconocible: aranceles, discursos inflamados y una política exterior más impredecible que un tifón en el Mar de China Meridional. A diferencia de su primera vez, ahora no vino a tantear el terreno. Llegó, abrió la puerta a patadas, y puso los pies sobre la mesa.
Pero el mundo ha cambiado desde 2016. La pandemia descompuso el equilibrio global, Ucrania aún sangra y las tensiones entre Estados Unidos y China ya no se limitan a disputas comerciales; son el centro gravitacional de un nuevo orden mundial en construcción… o en demolición, según se mire.
China en modo espera (pero con los ojos abiertos)
Pekín no se hace ilusiones. Trump es el mismo de antes, solo que ahora con más prisa y con un gabinete repleto de halcones con plumas bien afiladas. Marco Rubio como secretario de Estado, Mike Waltz como consejero de Seguridad Nacional, y Eldridge Colby en Defensa: una alineación que no deja espacio para tibiezas. A estas alturas, ya no hay que leer entre líneas, hay que leer los misiles entre tratados.
Sin embargo, los chinos, fieles a su milenaria táctica del «espera activa», no han entrado en pánico. Han visto este teatro antes. Saben que lo de Trump no es solo ideología, sino espectáculo, y que entre arancel y amenaza puede haber espacio para el trueque. De hecho, Xi Jinping parece estar guardando sus fichas para un mano a mano que, si ocurre, definirá el tono del cuatrienio.
Pero hay un dilema que Xi no puede ignorar: Trump no discute en términos geopolíticos clásicos, sino en lógica de reality show. Responsabiliza a China del fentanilo, de la inflación, de la inmigración, del mal clima si lo apuras. Y negociar en esos términos es como jugar ajedrez con alguien que cambia las reglas cada tres movimientos.
Japón: entre la espada de Trump y el dragón chino
La posición de Japón es, por decirlo suavemente, compleja. El nuevo primer ministro Ishiba Shigeru, veterano pero pragmático, llegó a Washington con la esperanza de suavizar las cosas. Se fue con un apretón de manos, una sonrisa tensa y una promesa vaga sobre Taiwán que encendió todas las alarmas en Pekín.
La visita dejó claro que, aunque los lazos con EE. UU. siguen firmes, la época de simplemente seguir el paso del Tío Sam se ha acabado. Japón tendrá que bailar con varios al mismo tiempo: mantener la alianza con EE. UU., abrir canales con China y escuchar con más atención al Sur Global, que cada día levanta más la voz.
Taiwán, el elefante en la habitación
Trump ha dejado claro que Taiwán no es solo un peón: es la reina del tablero tecnológico (con sus codiciados semiconductores) y una chispa geopolítica latente. Mientras sus asesores afirman que Washington no apoya su independencia, el mismo Trump lanza guiños contradictorios y amenazas arancelarias. Taipei está comprando más armas que nunca, pero también más pastillas para dormir. El mensaje es ambiguo: “Te apoyo, pero no te confíes. Y si no produces más chips, cuidado con mis tarifas”.
Un mundo de alianzas frágiles y puentes por construir
En este nuevo acto del drama internacional, ni la OTAN, ni el Quad, ni los Cinco Ojos están a salvo de la reconfiguración trumpiana. Las alianzas son vistas como contratos revisables, y los compromisos multilaterales como cadenas que se pueden cortar con una buena sierra retórica.
China lo sabe, y no pierde el tiempo. Ya lanzó sonrisas a Filipinas, ha moderado su tono con Corea del Sur y hasta le guiñó el ojo a Japón antes de que este reafirmara sus votos con Trump. Hay quien dice que Pekín juega a dividir para conquistar. Pero también es verdad que, en un mundo donde EE. UU. ya no es el ancla estable de siempre, muchos países están buscando con urgencia otros puertos.
Conclusión: se viene tormenta
La era Trump 2.0 no es simplemente una repetición. Es una secuela con más presupuesto, actores más radicales y un guion aún más difícil de predecir. Para Asia Oriental, no se trata solo de adaptarse, sino de sobrevivir políticamente sin perder el alma.
¿Puede Japón jugar de mediador entre Washington y Pekín? ¿Está China realmente lista para una confrontación abierta o solo quiere ganar tiempo? ¿Se convertirá Taiwán en el Sarajevo del siglo XXI?
Las respuestas vendrán en los próximos actos. Pero algo es seguro: el mundo ya no es un escenario de equilibrio. Es una noria que gira más rápido de lo que muchos pueden manejar. Y en ese vértigo, más vale agarrarse fuerte.
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